miércoles, 26 de mayo de 2010

Doña Irma, fuerte como un lapacho

El comedor popular que funciona en el barrio El Sifón comenzó con el día a día, cuando las mujeres de ahí buscaban cómo “parar la olla”. Alguito de acá, un poco de allá y se sacaba el plato de comida del día, cuenta Irma Monroy, con los ojos claros y humildes.

Irma Monroy se puso a la cabeza del comedor Los Lapachos, que funciona en el marco de una Asociación Civil que les da resguardo y contención a varios jóvenes que viven en el barrio Juan Pablo II.

Irma cuenta que comenzó con Los Lapachos casi sin planearlo, por la urgencia que produce el hambre. “En aquellos tiempos se nos morían los niños en los brazos y les teníamos que dar agua o agua con azúcar, si había azúcar, para el hambre ¿No?”, dice dejando en evidencia una cicatriz imborrable.

Dice que comenzó por “el hambre, la falta, el no tener qué comer”. Ese era un tiempo de preguntarle a las vecinas “¿y vos qué has conseguido?” Así, cuenta, “hemos empezado a hacer una cocina comunitaria para que nos alcance para los hijos. Un poquito de cada cosa y hacer una sola olla. Y nosotras tomábamos mate”. “Nos hemos tenido que organizar como madres para poder criar a los hijos. Aunque veíamos que se morían las criaturas de hambre, mientras podíamos, salvábamos . Ese es un mal recuerdo, eso fue el tiempo cuando no teníamos leche, azúcar, no teníamos nada, éramos nadie. Desgraciadamente, esos son malos recuerdos que se quedan marcados”, confiesa sin vislumbrar lo enorme de la tarea que emprendió.


El nuevo problema
La Asociación Civil “Los Lapachos Tucumanos” recibe ayuda del Gobierno y, además, Irma tiene una unidad básica justicialista, por lo que trabaja, en algunas ocasiones, con el PJ. Las actividades que se realizan en el barrio, en coordinación con otros organismos son diversas: hay teatro, plástica, murga, una revista y en un futuro cercano, montarán una radio comunitaria. Esas son, según Monroy, actividades que ayudan un poco a contener a los niños y jóvenes, porque si bien el flagelo del hambre disminuyó en cierta medida, la droga es un enemigo que hace estragos. “Antes, la edad peligrosa era la adolescencia; ahora la edad peligrosa ya es de los ocho para arriba, porque ahí empiezan con la droga, ahí es donde están fáciles de manejar, donde están en peligro, y a veces no hay contención familiar. Hoy ya no sólo están en peligro los adolescentes, sino lo niños también”, explica.

“Los tratamos de ayudar para sacarlos, pero usted ve que la droga está en la puerta de la casa. Nosotros tratamos de tenerlos aunque sea una hora en libertad, en trabajos manuales, en todo lo que se pueda de contención. Hay chicos que están ahí, van corriendo, piden ayuda ‘no me quiero drogar más, no puedo mas’”, prosigue. Además, se trabaja para tratar de que los mayores se eduquen para ser mejores padres, ya que son un eslabón fundamental para rescatar y proteger a los más chicos: “Ahora ya estamos mejor, ya tenemos leche ya hay ayuda, ya nos tenemos que organizar nomás y eduducarlos un poquito a los padres porque lamentablemente uno no nace siendo ser padre” proyecta.


“Bajen las armas, que aquí sólo hay pibes comiendo”

A fines de noviembre de 2009, efectivos policiales entraron al comedor comunitario de la Asociación Civil Lapachos Tucumanos, donde además se realizan actividades culturales. Ese día, se dictaba un taller artístico del Programa Vida, dependiente del gobierno provincial. Aproximadamente sesenta uniformados irrumpieron violentamente y repartieron golpes a diestra y siniestra a los que estaban participando de la actividad porque buscaban a un adolescente.

Los oficiales entraron poco antes de las ocho de la noche y ante la sorpresa de los educadores que estaban dictando el taller para jóvenes, que impulsa el Gobierno de la Provincia por medio del Ministerio de Desarrollo Social y la Fundación R.E.D.E.S., la policía repartió golpes a niños y mujeres. Ante la reacción vecinal, pidieron refuerzos y comenzaron a arrojar gases lacrimógenos, balas de goma y, luego, disparos de sus armas reglamentarias.

Ese día, doña Irma, hecha un manojo de nervios, imploraba el cese de la violencia y el resguardo de las decenas de niños y niñas que se encontraban en medio de la balacera y las pedradas.

El resultado de la destrucción fue el que generalmente da el uso de la fuerza indiscriminado: destrucción y miedo.

Lamentablemente, las rasas policiales en esa villa no son episodios insólitos, sino más bien una realidad que se repite, en los que, muchas veces, los platos rotos los pagan los que no tienen mucho que ver… justos por pecadores, que le dicen.



Mientras Dios de vida, la lucha sigue

A pesar de los problemas que se desprenden de vivir en un lugar ninguneado o temido por el resto de la sociedad, en El Sifón se pelea para que disminuya la marginalidad. De hecho, desde Los Lapachos se intenta enviar un mensaje distinto al que demoniza a las villas. Por ejemplo, con la obra de teatro Una hora en Libertad, en la que los jóvenes que asisten al comedor eran los actores. En esa obra, los chicos mostraron cuál es la realidad que les toca vivir en el barrio, los problemas a los que se enfrentan y cómo hacen para salir adelante.

Mucho de esto es, en palabras de doña Irma, “para que se den cuenta y que la sociedad no nos margine, porque a veces la misma sociedad te margina, pero no saben todo lo que las personas de las villas hemos pasado. Ellos tenían un plato de comida, pero los de la villas no, los de las villas se morían sentados sin un plato de comida”, reflexiona.

Y esta mujer, que tiene seis hijos propios y otros ocho “del corazón”, no piensa bajar los brazos en la tarea que emprendió hace años. “Hay que seguir peleando, mientras Dios me de vida”, sostiene con fuerza. “Mientras tengamos vida vamos a seguir luchando, hasta lo último”, finaliza con la convicción del que no se rinde jamás.

jueves, 13 de mayo de 2010

El trámite más fácil

Aunque parezca difícil de creer, hay papeleríos fáciles de hacer. Tanto, que prácticamente no recuerdo haber hecho esto de lo que estoy por hablar. Sin embargo, en los padrones figura que sí.
El asunto es que un buen día, un amigo tenía a disposición unos padrones electorales en donde figura la afiliación política de las personas. Por curiosidad, le di mi número de documento para que se fijara si es que aparecía en algún partido. Y para mi sorpresa, sí. De un día para el otro me volví afiliada al PTS. Sin quererlo y sin esfuerzo. Sin espera y sin idas y venidas.
Ojalá todos los trámites fuesen así. Pero no, no lo son. Ni siquiera la desafiliación -que tendré que hacer en algún momento- es tan sencilla como afiliarse a un partido político.